sábado, 24 de enero de 2009







Ni la intimidad de tu frente clara como una fiesta
ni la privanza de tu cuerpo,
aún misterioso y tácito y de niña,
ni la sucesión de tu vida situándose en palabras o acallamiento
serán favor tan persuasivo de ideas
como el mirar tu sueño implicado
en la vigilia de mis ávidos brazos.

Virgen milagrosamente otra vez
por la virtud absolutoria del sueño,
quieta y resplandeciente
como una dicha en la selección del recuerdo,
me darás esa orilla de tu vida que tú misma no tienes.
Arrojado a la quietud
divisaré esa playa última de tu ser
y te veré por vez primera
quizás como Dios ha de verte,
desbaratada la ficción del Tiempo
sin el amor, sin mí.


Jorge Luis Borges