Contemporáneo: hay poco tiempo aquí, entre nosotros;
ahora que atraviesas la época y la calle con un cierto
estupor acosado, recuerdas que no hay tiempo y caminas
de un sitio para otro sin saber qué sentido
otorgar a tus perplejos movimientos.
Pero tú andas el camino del sol, conoces que no hay tiempo
para olvidar tu neurosis y la ajena, ordenar los papeles,
escuchar una música hasta el fin, devolver el saludo
y tenderte en el sol sin mentir ni opinar.
Pero también recuerdas: te nacieron, te dieron sombra,
te enfermaron, te operaron y después a la calle,
a inventarse otra vez a sí mismo,
precaverse del crimen ultimando a los otros: la época
hizo de ti una historia puramente esquemática.
Entonces, amargado, ofendido, engañado sin tregua
fue una vergüenza el mundo y tu país y un poco a ciegas
“hay algo aquí —dijiste— que no entiendo, un error
de perspectiva en esto de integrar la especie,
una calamidad de entrada, un sistema que falla por la base:
esta vida, este momento universal que me ha tocado
a mí precisamente”. Y no pudiste definirlo. “No se puede
—dijiste— hablar claro; pero qué hago yo con este rostro,
si la desgracia tiene una especial coherencia,
si la tiene conmigo y siempre pago, si el cáncer
y el salario y la muerte me salvan de la lógica:
si es cosa seria elegir y difícil
exhibir documentos sin sentirse culpable
y no obstante ser nadie a pesar de mis ojos.”
De acuerdo, señor mío, de acuerdo, decían tus amigos
en noches de verano, todos de acuerdo estamos, pero tú
¿dónde ibas a meterte?
Eras juicioso, caías en la edad
en que no estar conforme y ser equivocado e insensato
eran insoportables lujos para ti que tampoco
de tu mente sacabas conclusiones ni justicia; de manera
que te quedó un perverso hueco de la noche,
minutos antes de dormir-morir, donde arrojar el perro
mental que padecías bajo el cráneo: el mundo, cavilabas,
que merecido está por nuestros huesos, qué medida
implacable tomó de nuestra piel para meternos dentro
de sus indiferentes construcciones y dejarnos después
la primera y la última palabra; porque hay algo, supongo,
desde abajo, empujando, como un puño que rige
los tristes movimientos de la gente; una razón primaria
que determina y envenena el resto: la mentira en la cara,
pero antes el dinero y la muerte, el poder y la culpa,
algo habrá que se defina por sí mismo
y no por sus podridas consecuencias; de modo que aquí estamos
en el vicioso círculo de un perro
que va siguiendo un ilusorio hueso
adherido al extremo de su cola. Hasta que el perro se durmió
en un inexplicable rincón de tu cabeza y hubo paz
y hubo tiempo y espacio para todo. Tú gozabas
el indulto del mundo, aniquilado
antes del alba-náusea, mientras caía la lluvia
sobre la tumba de papá y mamá
y sobre la de todos esos héroes de nuestro tiempo.